El otro día me topé con un expendio de carbón y petróleo con la misma sorpresa de quien encuentra una construcción monolítica enterrada en su jardín.
A nuestra colonia le auguraron tiempos de modernidad que nunca llegaron, la bautizaron con un nombre que al paso de los años comienza a parecer una broma de mal gusto: Progreso Nacional.
Debo confesar que en más de una ocasión, decir donde vivo me ha avergonzado. Las atracciones de mi barrio no son aptas para quienes no simpatizan con lo Kitsch, no obstante, sigo aquí, pudiendo haber emigrado a otro barrio.
Hace unas semanas me encontraba sentado en el sillón giratorio de una de las pocas peluquerías tradicionales que aun quedan en la zona. Un local pequeño en donde se estila el corte con tijera y la afeitada a navajazo limpio, con su respectivo exfoliante a base de agua de colonia que quema, pero que hay que aguantar como los meros machos.
En esas estaba cuando ví que el peluquero Don Francisco tenía un par de bicicletas a la venta recargadas a la entrada de su local. De entre ellas, me llamó la atención una bici negra marca Benotto con varios años de servicio a cuestas, una de esas de las que ya no hay, una bici que me recordó a la que usaba mi abuelito: Cuadro de hierro, llantas rodada 28, salpicaderas cromadas y parrilla con clip para colocar cajas de carga detrás del asiento.
La anécota no pasó de la tentación por preguntar el precio. Así que me retiré del lugar con la cabeza pelona, convencido de que los vericuetos del destino habían decidido que esa bici no fuera para mi.
Pero el flechazo es una bestia difícil de domar. El armatoste continuó rodando en mi cabeza los días siguientes. Pensé que me vendría bien una bici para darle tregua a mis rodillas en los entrenamientos rumbo al maratón de agosto. Pensé también que tenía mas de 10 años que no tenía una y que sería interesante ser el usuario en turno de un vehículo que seguramente guardaba muchas historias en sus ruedas.
Asi que aguardé pacientemente a que llegara la quincena y a que el destino trazara un delicado rizo que me llevara de vuelta al encuentro con ella.
Cuando llegué, la bicicleta todavía estaba ahí.
Custodiando la entrada de la peluquería.
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Está de huevos, Doc. Tienes una clásica. Y el texto que le acompaña me latió. Quizá mañana aparezca en Milenio la historia de Benotto y un recuento de esos oficios bicicleteros en vías de extinción. Lo hice porque mañana 19 de abril es el Día de la Bicicleta.
De cualquier manera, me llevaré tu foto para publicarla mañana en el blog de zig-zag, con el texto que te menciono. Por cierto, tu cleta es un Águila Plateada R28, una bici emplumada.
Felicidades, sabes bien que pocas cosas me alegran la vida como el saber que alguien se hizo de una bici. Verás que pedalear es pura magia.