La gracia de la casualidad y las afortunadas coincidencias me hicieron llegar a una residencia como cualquier otra en el sur d ela ciudad. La casa, como cualquier otra, se ditingue por un pequeño emblema en la puerta que advierte sobre las características de los habitantes de aquel hogar: "Chien Gentil, Maitre Lunatique".
Cualquiera que haya leido los libros del maestro Velasco puede adivinar que su vida puede ser cualquier cosa menos predecible. Xavier y sus hermosos perros gigantes me recibieron en la sala de su casa mientras el maestro entablaba una pasional conversación en portugués, a través de un moderno teléfono satelital. La chica al otro lado de la línea -supe después- es la principal razón por la que el maestro ha viajado a Brasil quince veces en los dos ultimos años.
Después de terminar su conversación me ofreció una bebida y me invitó a sentarme. Yo procedí a encender la grabadora para registrar las palabras que salían de su boca, las mismas que muchos años antes concibió para dar forma a la más exitosa de sus novelas. Sin embargo, el hombre que rechaza ser encasillado como "el escritor de los cuernitos" me tenía preparada una sorpresa.
De súbito detuvo su lectura y me invitó a subir a una de las habitaciones de su casa y fue ahí en donde pude ver algo impresionante: extendidas sobre el piso había quinientas cuartillas numeradas y unidas con cinta adhesiva. Los folios, distribuidos en cinco hileras paralelas hacian las veces de una cinta de celuloide dentro de la cual el maestro buscó y encontró -después de varias dificultades- una cuartilla que me ofreció grabar como una primicia para la estación de radio ibero 90.9.
Antes de salir de la habitación, Xavier Velasco me confesó que nadie había visto el manuscrito, y que el fragmento qeu acababa de leer era inédito, pues no siquiera su editor lo conocía. Aunque no hacía falta mencionarlo, el hecho de que él lo dijera me hizo sentirme doblemente privilegiado por estar ahí esa noche.
Por espacio de una hora platicamos de música. Hablamos de como los colaboradores editoriales escribimos de discos y bandas de rock como un inicio en la literatura, de como esa excusa encubre nuestra verdadera intención de contar historias, de como las afinidades musicales suelen ser definitivas y de como todo aquel aspirante a escritor debe empaparse de lecciones de vida como quedarse sin dinero, dormir en estaciones de autobuses, visitar carceles y escuchar a cierta gente.
Hablamos también de sus discos favoritos, de lo mucho que detesta las etiquetas musicales y de como celebra la "bastardización de los géneros". Platicamos de las dificultades que tiene la gente para darse cuenta que las cosas son para usarse y no para almacenar miles de gigas en formato mp3. Me confesó que su ultimo descubrimiento musical fue un disco de hip hop, y que la canción que siempre lo hace sonreir es la versión original de Copacabana.
También me dijo que su disco favorito de toda la vida es uno de David Bowie, y que jamás volvería a disfrutar de la música como cuando tenía 16 años.
Hay gente del mundo que uno admira, pero que entiende como genios superdotados e inalcanzables. Pero también hay otros, cuyo éxito resulta cercano, aleccionador y tremendamente inspirador, Xavier es uno de ellos.
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