"¡Dios mío, en cuanto se nace, el tiempo se le echa encima a uno y ya no lo deja en paz a ninguna hora del día! Aún cuando muera tendré varios meses y varias semanas y días ".
Fernando Del Paso, "Palinuro de México".
No se puede esperar que quien que ha nacido en verano disfrute intensamente un día soleado. De igual forma, no espero que quienes han nacido en épocas de abundancia musical y conciertos frecuentes entiendan mi desición de no asistir al concierto de Metallica en función de atesorar en mi memoria la noche del año del 93, cuando con tan solo 16 años, asistí al tercero de los cinco conciertos que la banda ofreció en el mítico "Domo de Cobre" de la Ciudad de México.
Aquella noche fue monumental, una experiencia que solo quienes han visto a una banda de fama mundial en la cúspide de su carrera pueden entender. Quienes vivieron y padecieron los noventas saben que en esos días había muy pocos conciertos en la ciudad, de modo que cuando se anunciaba la llegada de una banda famosa, el suceso invariablemente venía acompañado de un ritual pintoresco: Primero, un torbellino de rumores rodeaba el anuncio oficial del concierto, la información fluía a cuenta gotas hasta que finalmente se confirmaba en la radio la fecha del show y, más importante aún, el día y la hora en que se liberaría la venta de los boletos.
En aquellos días había muy pocos centros TicketMaster en la ciudad, así que la única opción para evitar trasladarse hasta las taquillas de el Palacio era madrugar -literalmente- afuera de los centros comerciales. De esa forma conseguí mi boleto luego de dos intentos fallidos.
Recuerdo haberme formado en una fila de unas 50 personas que esperaban a las afueras del centro comercial plaza Lindavista a eso de las 6 de la mañana, una fila que horas más tarde, rebasaba las 200 personas, muchas de ellas sin ninguna opción de conseguir boleto.
Recuerdo haber salido del lugar casi 3 horas después con la infinita alegria de (por fin) tener mi boleto en la mano. Recuerdo también, como procuraba no ser demásiado ostentoso, pues en esos tiempos, tener un boleto de Metallica en la mano era algo así como portar un Rolex de oro en la muñeca.
Las semanas, los días y las horas pasaron muy lentamente hasta el día del concierto. Lo único que lamentaba era tener que ir solo pues ninguno de mis amigos de aquel entonces se animaba a ir a conciertos "tan rudos" en los que había portazos, llovían monedazos o cervezas y liquidos de dudosa procedencia sobre el público. La verdad es que al final, ir solo no fue un problema para mi pues la afinidad universal del rock me ha ayudo a iniciar la platica con el de al lado: : "¿Cuál quieres escuchar? ¿Esa en que disco viene? Si tocan "One" ya me puedo ir tranquilo".
Metallica, durante el tour del "Black Album" fue la banda más grande del planeta, la única capáz de agotar en cuestión de minutos 5 fechas seguidas en el Palacio de los Deportes y congregar a un número inédito de seguidores que vibraron con los primeros acordes de "Enter sadman", saltaron con "Battery" y "For whom the bells tolls" y lanzaron su puño al aire con "Creeping death" y "Master of Puppets".
Seguramente han sido la banda que ha provocado la mayor cantidad de personas afónicas en la historia de la Ciudad de México. Y es que cuando tocaron "Seek and Destroy", James retó al público: "I know you guys have wait a long time to see Metallic live in Mexico City, so this is your chance, give it to me, loudeeeer.... Searchiiiiing...." de modo que los mas de 10 mil melómanos que estuvimos ahí esa noche, aún con los pulmones agotados y la garganta reseca gritamos todavía más fuerte: "Seek and Destrooooooy!".
Ninguno de los 5 conciertos en México desentonó, y de hecho, fueron de una intensidad tan grande que se capturaron en audio y video en el box set "Live shit: binge & purge". Supongo que disfruté tanto ese concierto debido a que era alguien distinto en ese momento de mi vida. En 1993 vivía mi adolescencia intensamente, acababa de ser liberado de los uniformes escolares y por primera vez en mi vida descubría la enorme libertad de dejarse crecer el cabello.
En mi casa encontré un santuario para exhaltar mi culto secreto por el Heavy Metal, las paredes de mi cuarto estaban tapizadas de posters, acetatos y afiches de Testament, Motley Crue, Guns N Roses y Metallica, grupos que sonaban en mi pequeña grabadora roja desde los cassettes que me traía de Tijuana mi tio Salvador, mi gran iniciador en el Metal y el Rock Progresivo.
Mi cuarto, las portadas de mis cuadernos y mi vestimenta hablaban un poco de la persona rebelde, "malota" y feliz que era yo en esos días, y que encontró en los integrantes de Metallica, la misma consistencia, intransigencia y actitud contestataria que yo sentía. Ser su fan implicaba el compromiso de portar la etiqueta rigurosa del rock: ropa de color negro, playeras de grupos de culto, dejarse crecer el cabello y cumplir con los requisitos tribales como aprenderse de memoria las canciones principales del "Ride the lighting", el "And Justice for all", el "Black Album" y, por supuesto, su obra maestra el "Master of Puppets".
El sentido de identidad de la tribu Metalera provocaba a la socialité un cierto temor de asistir a este tipo conciertos, no había en ese entonces fans "villamelones" que solo van a esos conciertos porque es el evento en el que "hay que estar". Para bien o para mal, en los noventas el público no era tan vario pinto, y estar rodeado de tantas personas tan similares a uno, fue una verdadera bendición.
Por desgracia, no se puede esperar que las personas y los grupos sean los mismos después de 16 años. La banda que tiró a guitarrazos la ciudad de México ha cometido tantos sacrilegios a la doctrina del Metal que a estas alturas es difícil respetarlos.
Afrentas tan infames como cortarse el cabello o hacer discos tan mediocres como el "Load" y el "Reload" no fueron tan graves como la traición que Metallica asestó a mi generación con el incidente "Napster". Aunque el asunto siempre fue una cuestión de dinero, los fans jamás entendimos como el baterista de tu banda favorita fue capáz de salir en los noticieros a decir que "te metería en prisión por descargar ilegalmente sus canciones"cuando el logo de su grupo tapizaba las paredes de tu cuarto.
Pero el metal tiene la infinita capacidad de rejuvenecer con varias transfusiones de sangre nueva. Al igual que Metallica, yo no soy la misma persona que los vio la última vez, me gustan cosas diferentes y quizás, de haber ido, no disfrutaría de igual forma el show.
Por fortuna, siempre habrá un chavo de 16 años con la energía, la vitalidad y el resentimiento necesario para hacer un buen headbanging y atesorar en su memoria un concierto, que quiza para mucha gente pueda parecer vanal y ordinario, pero que para él, marcará profundamente una de las páginas de su memoria.
La excelente reseña que ha escrito Mike Sandoval acerca de su experiencia en el concierto más reciente de Metallica confirma mi teoria de la inmortalidad del rock.
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Yo quiero que seas de nuevo esa persona "malota" y felíz de cuando tenías 16!!! : D