La noche del sábado cerró lo que fue un día decididamente pinche para mi. El Necaxa, el equipo que tantas alegrías me dio durante la adolescencia, descendió a la primera división A del futbol mexicano.
"El Necaxa perdió la categoría". La frase favorita de los noticiarios del fin de semana resume de algún modo la colección de errores (y horrores) que sufrío el equipo desde hace seis años.
Desconozco a la oncena que la noche del sábado pisoteó ante el América el poco orgullo que le quedaba, el prestigio de más de 70 años de historia y el respeto de los escasos aficionados a los que traicionaron por ultima vez. ¡Vamos, es que ni siquiera sabiendo que anotando dos goles ante el equipo más odiado de México fueron capaces de sudar la camiseta o de entregar los pulmones para intentar marcar! El Necaxa que perdió el sábado en el Azteca NO es en ninguna forma el equipo que yo seguí por años.
¿Qué cuál fue el Necaxa que yo seguí? El Necaxa que yo conocí apareció en mi vida cuando tendría algo así como 12 años y mis tíos me llevaron al Azteca para ver un Cruz Azul - Necaxa. Ese día encontré la alienación inmediata con el equipo que lucía una delirante camiseta con grandes rayos en el pecho y dos más en las mangas. Para un niño como yo, seguidor de los comics de fantasía, el uniforme de los Rayos parecía más que una camiseta de futbol, un uniforme de superhéroe totalmente lúdico.
Ese fue el inició de una afición que años más tarde me daría las primeras alegrías con las calificaciones a la liguilla concebidas por el aguerrido técnico Roberto Saporiti y sus delanteros Ivo Bassay, Alex Aguinaga y Ricardo Peláez.
En más de un sentido el equipo me dió pertenencia. Los campos de entrenamiento que por años ocupó el Necaxa se ubicaban en el municipio de Cuautitlan Izcalli, lugar al que años más tarde se mudó mi familia. Durante mi adolescencia el Necaxa fue el representante del lugar donde vivía, o al menos el equipo profesional que ahí entrenaba .
A mediados de los noventa vinieron los años de gloria y el regreso al uniforme rojiblanco. A esas alturas tenía la edad suficiente para darme cuenta que la vestimenta que me atrajo era francamente ridícula. Fueron los años en que el hijo pródigo regresó para tomar las riendas de la organización, Enrique Borja tuvo el enorme acierto de traer a Manuel Lapuente como director técnico para armar el equipo que fue, en honor a la verdad, una oncena invencible.
Nicolas Navarro, Abraham Nava, Efraín "Cuchillo" Herrera, Eduardo Vilches, Nacho Ambríz, Gerardo Esquivel, Octavio "Picas" Becerril, "Chema" Higareda, Alex Aguinaga, Alberto García Aspe, Ivo Bassay, Sergio Zárate, Luis Hernández y Ricardo Peláez son solo algunos de los nombres que recuerdo con admiración, respeto y ahora hasta con añoranza de aquel Necaxa que seguí a muerte durante años.
3 títulos de liga ante Cruz Azul, Celaya y Guadalajara, además de memorables encuentros de liguilla acreditaron a mis rayos como el equipo de los noventa, un trabuco que incluso derrotó al Real Madrid en penales para arrebatarle el tercer lugar del mundial de clubes.
La primera mitad del nuevo siglo trajo cambios administrativos que dieron pauta a la debacle del club. Borja fue a buscar su propia conveniencia a Tigres y Lapuente a América, dejando la dirección deportiva en manos del nefasto Justino Compeán, (maquilador de la estrategia de llevarse al equipo a Aguascalientes) y la dirección técnica en el timorato Raúl Arias, hombre ultra defensivo que acabó con la dinámica del grupo y cuya renuncia al espectáculo y a los goles, terminó cobrándole la factura en el ultimo partido de los Rayos en primera división.
Desde hace cinco años, cuando se fueron del DF, comencé a ser un hincha en piloto automático. Los Rayos fueron durante muchos años la religión personal que un buen día se convirtió en un grotesco circo errante que, en busca de hacer mejores negocios, se mudó al siguiente pueblo para engañar nuevos. A su partida, los directivos vendieron los hermosos terrenos arbolados a una absurda compañía inmobiliaria que cubrió el cesped con cemento y levantó ahí cientos de horrendas casuchas con dimensiones propias para aves y no para personas.
"La sangre no se elige" sentenció el compañero de dolor Necaxista Juan Villoro en el diario Milenio. Pudiera ser que ante la ausencia de un equipo en primera división acudiera a mi alma mater para apoyar a los Pumas de la UNAM, pero eso sería traicionar mis propios principios, por lo que me temo que a partir de hoy, y hasta que el Necaxa no regrese a la primera división -lugar donde lo conocí-, en términos futbolísticos soy un hombre sin bandera.
Claro, eso solo cuando no juegue la selección nacional de México, otros que nunca me fallan... en eso de perder.
Labels: Interiorismos
Ni modo mi Doc, a hacerla de Rayo errante, si los Judios lo lograron durante casi 2 mil años tú por que no? jajaja
Un abrazo, espero nos veamos en junio, saludos!